Noticia
publicada en el boletín de noticias “NOTMED” (Noticias de Medicina del Deporte),
1-20 enero 2014.
Si es obligatorio revisar los
puntos críticos y de seguridad de un vehículo de apenas cuatro años de
antigüedad, diseñado para aguantar mucho más
tiempo al 100%, cuánto más sentido debería tener realizar un control exhaustivo de las constantes más críticas de
nuestro cuerpo y de cómo responden ante determinados esfuerzos físicos. Es más, debería ser obligatorio y
exigible para poder participar en pruebas deportivas o simplemente entrenar
en gimnasios.
Casi todos los deportistas hemos
oído hablar de la necesidad de realizar una prueba de esfuerzo, pero pocos son
los que se dan cuenta de su verdadera
importancia y menos aún los que acostumbran a realizarlas.
Todos aquellas personas que hagan
deporte regularmente, independientemente de sus edades y con mucho mayor motivo aquellos que hayan
cumplido los 35, deberían pasar "la ITV". La razón no es otra que la
de descartar patologías ocultas que puedan
poner en peligro nuestra salud. Un segundo motivo más práctico sería la de
poder planificar con
criterio los entrenamientos de toda la temporada.
Por ello habría que realizar una
al inicio de temporada para conocer el potencial que tiene cada uno para asumir
un entrenamiento más o menos
intenso; y otra un par de semanas antes de competir, para saber cuál puede y
debe ser tu rendimiento. Esta prueba mide
y define los niveles de esfuerzo a los que debe entrenar una persona para progresar adecuadamente, saber a
que ritmos y frecuencias cardíacas debes de realizar cada tipo de
entrenamiento,
las series, los intervalos,
rodajes o las tiradas largas.
Una prueba de esfuerzo debe ser
completa y realizada por médicos deportivos especializados que, además de
contar con el conocimiento y
equipamiento adecuado, sean capaces de gestionar situaciones de emergencia,
ya que la estadística dice que una de cada
12.000 pruebas presentan problemas más o menos serios.
Cómo debe
funcionar una prueba de esfuerzo
El doctor Javier San Miguel,
de la escuela del corredor Oberón XXI, afirma que una prueba de esfuerzo debe centrarse y revisar los
siguientes puntos: es importante conocer los antecedentes relevantes del
historial del deportista; se debe de
realizar una exploración clínica completa centrada en el sistema
cardiovascular, un electrocardiograma y el control
de la tensión arterial, una espirometría para determinar el funcionamiento del
aparato respiratorio; y hacer también una
prueba antropométrica, además de una prueba de fuerza y flexibilidad.
Finalmente se realiza la prueba específica
en tapiz rodante. La prueba de esfuerzo mide tu
potencial cardiovascular de cara al esfuerzo al que pretendes someter tu
organismo. Al incrementar progresivamente la
velocidad sobre una cinta de correr, el deportista llega a su nivel de
agotamiento lo que permite medir las variables
principales: el consumo de oxígeno, la actividad cardíaca, el pulso y la
tensión.
Se mide el oxígeno consumido y
dióxido de carbono eliminado, para conocer la capacidad de consumo máximo de oxígeno y definir los umbrales
aeróbico y anaeróbico. En función del consumo de oxígeno, se determina una frecuencia cardíaca capaz de
soportar un esfuerzo continuo moderado (aeróbico) o un nivel de esfuerzo a
ritmos más intensos (anaeróbico). Estos
umbrales, son los que van a determinar de forma precisa, los niveles a los que
debemos de entrenar.
La medición antropométrica,
nos indica que proporción de masa muscular, ósea y de grasa, presenta nuestro cuerpo; para así corregir la
parte que resulte más débil.
También existen otro tipo de “pruebas
de esfuerzo”, que podríamos denominar “caseras”, y que aunque no nos permiten descubrir posibles
factores de riesgo a la hora de realizar ejercicio, sí que nos ayudan a
comprobar de forma aproximada nuestro estado
de forma actual y por comparación, nuestra progresión a lo largo de la
temporada.
El test de
Cooper, una prueba que mide el VO2 máximo, y que consiste en correr la mayor
distancia posible en 12 minutos. Normalmente se realiza
en una pista de atletismo, para poder medir de forma más ajustada la distancia recorrida y posteriormente se analiza el resultado en una tabla de referencia.
Otro test que te puede ayudar a
conocer tu estado de forma, es el Test de Ruffier-Dickinson.
Para realizarlo, tómate el pulso
en reposo (p1), a continuación realiza 30 sentadillas durante 45 segundos.
Vuelve a tomarte el pulso (p2) nada más
acabar las flexiones. Deja pasar un minuto y vuelve a medir tus pulsaciones
(p3). Para conocer tu estado de forma,
aplica la siguiente formula: (p1-70) + (p3 – p2)/10.
Si obtienes un resultado de 1 a
3, tu físico es excelente. De 3 a 6, bueno. De 6 a 8, muy flojo y si este es
superior a 8, tu acondicionamiento físico es malo.
Fuente: "El confidencial", el diario de los lectores influyentes.
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